Cuaderno de rodaje

Mucha gente me pregunta, siendo del interior, como me dio por dedicarme a grabar faros durante cinco años y siempre contesto lo mismo: no veas en ello ningún complejo freudiano ni simbolismos fálicos; simplemente, como a todo el mundo, me atraían los faros, solo que a mí me llamó el instinto de querer grabarlo todo y me puse manos a la obra.


En realidad, la primera idea era hacer un libro de fotografías, idea que nunca se abandonó. Entre tres amigos, cada uno con su estilo, recorreríamos la costa española parándonos un par de días en cada faro para poder fotografiarlo a las diferentes horas del día. Se me fue de las manos. Empecé entonces a grabarlos, a leer sobre faros, a documentarme y una vez que fui tirando del hilo, me fue imposible parar.


Le propuse el proyecto a mi amigo y compañero Raúl, y comenzamos a entrevistar a fareros, pescadores, historiadores, familiares de torreros... Porque, claro, una cosa es dedicar tu vida a la profesión que amas y otra es arrastrar a tu familia a un destino aislado al borde de un acantilado, lugar envidiable para algunos y tremendamente aburrido para otros.

Durante estos años, hemos madrugado para grabar amaneceres, trabajado a destajo sin saber muchas veces por qué lo hacíamos, pasando frío esperando a que se encendiera el faro y comenzaran a girar sus haces rítmicamente. Pero también nos hemos sentido afortunados cuando cruzábamos el umbral del recinto cerrado del faro y ascendíamos por las escaleras hasta llegar a la linterna en lo alto de la torre.

Y muy especialmente la sensación maravillosa de volar y no en el asiento de un helicóptero o de una avioneta, sino colgados por unos finos cordinos que sujetaban un trapo de colores manejado como una marioneta invertida por mi compadre Nino, Nino Muelas. Para subirse en ese aparato necesitas ser muy valiente o confiar plenamente en alguien. Desde luego, mi caso es el segundo, sin ninguna duda. Nino sabe arriesgar, pero también pararme los pies, porque todo se ve de otra manera cuando llevas una cámara y pretendes grabar un sueño: todo te da igual para conseguir tu plano y cuando te cuelgan las piernas a varios metros de altura quieres grabarlo todo, exprimir el momento. No es algo que alguien como yo sea capaz de describir.

También grabamos desde el mar. Parece lógico que para un documental dedicado a señales marítimas, hiciéramos algún plano desde alguna embarcación, que para ellas hicieron los faros. Con mi colega Javi (Ugarte) fuimos a Barbate, allá en un mes de abril, lejos de las masificaciones turísticas veraniegas de la zona. Visitamos a su amigo Edu, que se había comprado un velerito de madera y se lo estaba arreglando para salir a navegar. Dejándome llevar por el entusiasmo le di al rec... sin pensar en las consecuencias. Como he dicho al principio soy de interior, donde el suelo no se mueve a tus pies. Tampoco había pensado en empastillarme contra el mareo. Resultado: mi ADN se encuentra repartido por todo el estrecho. Aun así, conseguí hacer unos cuantos planos dignos del faro de Trafalgar desde el barco.


De todas formas teníamos entre nuestros planes de rodaje grabar a pescadores en su faena... Y lo hicimos en la costa catalana en el acogedor pueblo de Palamós, donde fuimos a por gambas con Joan, un tío estupendo. Pero no por buena persona y buen marino consiguió que no volviese a dejar constancia de mi presencia en las aguas mediterráneas.

También en Santander, grabando bajo la lluvia el encendido del faro de Cabo Mayor, me llevé un gran disgusto, cuando bajando por una cuesta embarrada, me resbalé y me caí encima de la cámara. Tardaron tres semanas en repararla. Cuando me la devolvieron, me llevé a mi padre, que le encanta Santander, para grabar desde uno de los barquitos que te da un paseo por la bahía. A él le encanta Santander, pero el agua no es su elemento y ese día el mar no estaba precisamente tranquilo. Aún así, se sentó al lado del arcón de la lanchita hinchable de salvamento y aguantó hasta que terminé de grabar (cuando terminó el paseo, vaya).


Pero ha sido Lydia, mi chica, quien más ha aguantado todo esto. La que se ha quedado sin vacaciones varios años por acompañarme y llevarme el trípode junto con el apoyo espiritual, por no hablar de aguantar la vela del paramotor cuando teníamos que despegar con el tiempo pegado en Caños de Meca y el viento la arrastraba (la vela, no a ella). Y sobre todo, por lo que se ha gastado en gelocatiles de tanto escuchar mis comeduras de cabeza.

España en general posee unos paisajes maravillosos y nuestras costas no dejan lugar a dudas sobre esta afirmación, y aunque me tira más el norte y la gastronomía abundante, grabando este documental no he encontrado ningún sitio al que no desee volver. En esto también son muy importantes las experiencias vitales, lo que has hecho y cómo has disfrutado o sufrido en un lugar concreto y yo he disfrutado mucho con este trabajo, y lo mejor de él no han sido los paisajes, sino el haber conocido a grandes personas y haber compartido incomparables vivencias con mis amigos. Los personajes principales de este documental lo son, sobre todo, por su calidad humana. En general puedo decir lo mismo de cualquiera que aparece en él, incluso de aquellos que nos regalaron su tiempo y no hemos podido incluirlos en el montaje final, muy a pesar nuestro.


Javier, el que fue farero de La Mola en Formentera, compartió con nosotros unos cuantos días. Cuando llamas a alguien para grabarle y le cuentas tus intenciones, siempre estás un poco nervioso por caerle bien y que no se te escape, porque puede hacer mucho por ti y tú no sabes qué darle a cambio. Javier rompió todos los esquemas, un tío entrañable, colaborador al 100%, un cachondo y una persona de esas que te encuentras una vez en la vida, interesante y accesible.

¡Y Lola! Lola ha sido como de la familia, o más bien yo he sido como de la suya. Después de unas cuantas visitas, me recibía en su faro del Sabinal como a uno de los suyos... Era como grabar en casa. Conocí a sus hijos, nietos, yernos y todos eran igual de agradables y encantadores. Recuerdo el día que llegó Nino con el paramotor, nos recibieron como al tío que llega de América y que no has visto en años... ¡Y eso que habíamos estado en el faro por la mañana! El hijo y el yerno de Lola son pilotos y les fascinó cómo aquel artilugio podía volar... Y Nino, que es un tío estupendo con todo el mundo, estuvo hablando con sus colegas del aire como si se conociesen de toda la vida.


Otro farero entrañable ha sido Pedro... Pedro Pasantes, actualmente el farero con más experiencia que hay en la Torre de Hércules, en A Coruña. Cada vez que vimos a Pedro terminó invitándonos a comer y beber con su familia... Y ya se sabe, en Galicia se come y se bebe como en ningún lugar del mundo... Galicia es para mí como la Tierra Prometida, de hecho creo con certeza conocer sus tierras mejor que algunos gallegos. Da igual, la cuestión es que Pedro es un tío colaborador y entregado como pocos. Y que sabe mucho de su profesión. El día que le conocimos, recuerdo salir de la Torre con una sensación triunfal de decir: “con personas así, este documental se va a salir”.

Y luego está Mario. Mario es un madrileño como yo, que un día se lió la manta a la cabeza, se presentó a las oposiciones de fareros y se fue a vivir a Mesa de Roldán, en la provincia de Almería, con su mujer. Mario fue el primer farero al que conocí y tuve también la sensación de estar con alguien extraordinario. Mario ha publicado un par de libros sobre faros y alguno aún sin publicarse, que de hecho puede ser el más interesante de todos los que yo he leído. Además tiene un montón de amigos escritores y artistas. Entre ellos editaron un libro de relatos cortos sobre el pueblo de Carboneras que me gustó mucho. Se titula “Con el mar de fondo”.


Hay mucha más gente: Eduardo Sanz, un pintor buenísimo que se dedicó durante toda una década a pintar faros. Ramón Allegue, el tío que sabe más de la costa gallega y de sus historias y leyendas de naufragios. Enrique Luzuriaga, que trabaja en el puerto de Santander y que fue farero en la isla de Mouro, un lugar indescriptible y con el que fuimos allí. Las Mirens: madre e hija, dos bellísimas personas, viuda y huérfana del farero de Castro Urdiales, una villa maravillosa.

Quizá uno de los destinos que más he visitado ha sido Santander, bueno, Cantabria en general, pero Santander muy en particular siempre, o casi siempre a la caza de la ola de Mouro. La isla de Mouro es una roca que se encuentra en la entrada de la bahía de Santander y donde en 1860 colocaron un pequeño farito y una vivienda. Supongo que sería uno de esos destinos para jugarse a los chinos y con pocos voluntarios porque, aunque está a tiro de piedra de la ciudad, sólo se podía acceder en barca y en muchas ocasiones el Cantábrico no se anda con tonterías. La cuestión es que cuando hay temporal las olas pueden saltar por lo alto de la torre, cubriéndola por completo como ocurre en otros faros de roca de la Bretaña francesa o de las costas inglesas. Bien, pues yo estaba obsesionado por conseguir esa imagen de la ola tapando el faro.


Todos los días (y aún lo sigo haciendo) me conectaba a la webcam que tiene el puerto de Santander dirigida a la isla y donde se puede ver en directo el estado del mar. No recuerdo las veces que he ido con temporal a intentar grabar esa ola, esperando detrás del Palacio de la Magdalena a que las olas tomasen carrerilla para saltar. Al final fueron mis amigos David (de Frutos) y Carlos (Guerra), que andaban por allí, los que vinieron a Madrid con mi tan deseado plano. Pero aún después de tenerlo volví alguna otra vez a intentarlo e incluso busqué gente de la zona para tenerla sobre aviso por si me conectaba a internet y veía que el mar estaba furioso. Un día miré la previsión en la página de la agencia de meteorología y daban olas de ocho metros en Santander así que lie a mi amigo Rafa, pedimos permiso en el trabajo para poder cogernos libre el día siguiente e hicimos una escapada relámpago. Las olas no llegaron ni al pie del faro. Sin embargo, sí fueron lo suficientemente traicioneras como para ponerme tibio de agua mientras miraba las focas del parque de la Magdalena. Está claro que las olas de Santander no me quieren, sin embargo eso no es motivo para mí para no volver, cosa que hice poco después para grabar desde el paramotor.

Pero no quiero olvidarme de aquellos que, además, han puesto sonido, música y voz a todos estos planos, y que han aportado mucho más de lo que yo podía esperar. Tanto Fernando (Pocostales) como Manuel (Cora) han hecho que estas imágenes, además de verlas, también se puedan escuchar. Zacarías (M. de la Riva), que compuso una música sensacional. Y Luis Tosar, que con su voz aportó no ya un grano de arena, sino una playa entera.


Echando la vista atrás, las experiencias vividas son totalmente inolvidables. Y con esto quiero agradecer a todos los que han participado o nos han ayudado con su aportación a realizar este sueño que cobra vida cuando se pone el sol.

Luis Vazquez “Curro”

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